En el año de 1858, franceses y españoles desembarcan en Conchinchina, en el sur del Imperio de Vietnam, algo de lo que ya hablé en mi primera entrada sobre Indochina, todo mientras la Segunda Guerra del Opio tenía lugar en China, el país protector de Vietnam, que debido a su delicada posición poco o nada pudo hacer por frenar el inicio de la expansión francesa en el Sudeste asiático.
Tras la
invasión de este territorio, los franceses pusieron sus ojos en Annan y Tonkín,
en el centro y norte de Vietnam. En 1873 el oficial galo Francis Garnier ataca
Tonkín y los vietnamitas piden ayuda al denominado Ejército de las Banderas
Negras, bandidos chinos de etnia Zhuang liberados por Liu Yongfu, que logran
expulsar a los franceses, asesinando a Garnier en el proceso. En 1882 la
situación se repite cuando un oficial, Henri Rivière, que actuaba por cuenta
propia, toma la ciudadela de Hanói. Los Banderas Negras asesinaran al oficial
francés en 1883, lo que sirve de excusa al gobierno de la Tercera República
Francesa para declarar la guerra a China: Comienza así la Guerra franco-china.
Si bien los franceses eran tecnológicamente superiores a los Qing, los chinos
lograron provocarles daños considerablemente grandes, especialmente en tierra, lo que provocó la caída del gobierno de Jules Ferry, sobre todo a
raíz de la retirada a gran escala de tropas francesas en Lạng Sơn al final de
la guerra. Sin embargo, en el mar los chinos sufrieron numerosas derrotas, incluyendo ataques franceses sobre Taiwán en 1884. A través del Tratado de Tienstin del 9 de junio de 1885 se firma la
paz con China. Las tropas vietnamitas se negaron a rendirse y no serían
derrotadas hasta 1886.
Sin embargo, China, gobernada desde 1875 por Guangxu, tendría que hacer frente a un nuevo enemigo: Japón. En 1853 el estadounidense Matthew C. Perry obligó al shogunato nipón a abrirse a Occidente. Sin embargo Japón, lejos de ser sometida a potencias extranjeras como había ocurrido con China, se convirtió en una potencia colonizadora e industrial, una potencia que con el paso de las décadas fue capaz de competir con Europa y Norteamérica y que para su desarrollo puso sus ojos en China. Entre 1872 y 1879 Japón se hace con el control del Reino de Ryūku, un Estado vasallo de China, incapaz de hacer nada al respecto. No ocurriría lo mismo con Corea.
En 1886 cuatro buques de la Flota de Beiyang, nombre dado a la Armada china, se detuvieron en la ciudad japonesa Nagasaki, aparentemente para realizar reparaciones. Varios marineros chinos provocaron altercados en el barrio rojo, lo que dio lugar a unos disturbios que se saldaron con varios policías japoneses muertos. China no pidió disculpas, lo que aumentó el sentimiento sinófobo en Japón. Ese mismo año en Corea, que también era un Estado vasallo de los Qing tiene lugar Golpe de Gapsin, un golpe pro japonés que no sale adelante. Sin embargo, cuando en 1894 estalla la rebelión campesina de Donghak, una religión neoconfucianista nacida en 1860, el emperador coreano Gojong pide ayuda a los Qing, cuyos soldados entraron en Corea sin el permiso de Japón, algo que era necesario de acuerdo a la Convención de Tientsin de 1885, un acuerdo entre China y Japón que nada tiene que ver con el firmado ese mismo año con Francia.
En la
Rebelión Donghak se encuentra el origen de la Primera guerra sino-japonesa, ya
que fue la excusa utilizada por el Imperio Japonés para intentar hacerse con el
control de Corea, territorio rico en carbón, un material que el país nipón,
como potencia industrial, necesitaba. La guerra estalla el 25 de julio de 1894
con la Batalla naval de Pungdo, en la que los japoneses hunden dos barcos
chinos y capturan un tercero. En septiembre tienen lugar la Batalla de
Pyongyang, en la que mueren tres mil chinos frente a poco más de cien
japoneses. Poco después, en la Batalla del Río Yalu la flota de Beiyang pierde cinco buques.
La guerra también se extiende a las Islas Pescadores, Taiwán y a la China
continental, más concretamente a Shandong, donde en febrero de 1895 los
japoneses obtienen una decisiva victoria en Weihaiwei.
La paz se
firma a través del Tratado de Shimonoseki: Japón se hace con el control de Taiwán,
las Islas Pescadores y la Península de Liaodong. Sin embargo, el Imperio de
Mutsuhito no logra hacerse con Corea, que recordemos fue el principal frente de
la guerra, debido a que el Imperio ruso también tenía los ojos puestos en este
territorio. Es más, las presiones por parte de Rusia, Francia y Alemania
obligan a Japón a devolver Liaodong a China. Por otro lado, la emperatriz
Myeongseong de Corea, afín a Rusia, es asesinada por agentes japoneses, otro
paso más en la estrategia de Japón por hacerse con el control de Corea antes
que Rusia. La enemistad entre los imperios de Japón y Rusia desembocaría en 1904 en la Guerra rusa-japonesa, un nuevo triunfo nipón.
Los
intentos de modernizar China, tanto en el aspecto tecnológico como en el
militar, por lo general fracasaron. Cuando en 1898 Guangxu pone en marcha la Reforma
de los Cien Días, que buscaba establecer un sistema constitucional,
industrializar el país y acabar con el sistema tradicional de oposiciones
imperiales, la emperatriz Cixi, que era quien realmente ostentaba el poder,
frena los planes de su sobrino-nieto. De las pocas medidas que salen adelante
destaca la ceración de la Universidad de Pekín.
Cixi
estará detrás del Levantamiento de los Bóxers de 1899, una masiva revuelta
contra los occidentales llevada a cabo por la Sociedad de la Justicia y la
Concordia, apodada bóxers debido al uso que hacían de artes
marciales. El principal objetivo de esta sociedad secreta fueron los misioneros
cristianos.
Fue
necesaria la intervención de una coalición internacional, la Alianza de las
Ocho Naciones (Formada por Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Japón,
Estados Unidos, Italia y Austria-Hungría) para acabar con la rebelión,
finalmente aplastada en 1901. Fue un duro golpe para la monarquía. Cada vez son
más las voces que piden la república. Guangxu muere en 1908, siendo sucedido por
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